viernes, 11 de septiembre de 2009

Es chistoso cómo la mente siempre vuelve a los sitios seguros... aún cuando habíamos olvidado que lo eran.

Recién me despierto, angustiada -sensación que combato con una sobredosis de chocolate y series gringas-. Pesadillas, sueño con muchas muertes que no son muertes, qué poco relajante.

Una casa y un balcón que da al vacio. Todo en lo alto de una montaña. Entro al balcón junto con mi tío y alguna persona desconocida que, despierta, no logro precisar. En cuanto piso el balcón me da sensación de movimiento ondulante, decido dejarlo. Pongo mis dos piernas fuera de él y plaf!, se desprende de la casa y va a caer al vacío. Muertes que no son muertes. Cómo si dejara de ver a alguien por una ventana, sigue en la casa pero simplemente no lo veo.

Angustia. Angustia e inquietud. Nerviosa. Siempre al borde de las lágrimas, no puedo quedarme quieta. Ni respirar. Desesperada. Neurótica. Además, sin saber por qué. Hasta que no puedo más y hallo a mi tía. A mi tía que era mi lugar seguro de infancia. La que siempre me llevaba en brazos. Me llevaba a la universidad con ella y todos le preguntaban si era la hija, y yo me sentía orgullosa. Mi primer gran amor de infancia, creería. Amor que terminó un día, cuando se rehusó a llevarme en brazos, extrañada -yo- le pregunté por qué. Me duele la espalda me contestó (tenía 10 años), a la semana me enteré: estaba embarazada, fin del idílio. Igual, en sueños, acudo a ella, y lloro infinitamente en su hombro, hasta qué descubro la causa de la angustia. Muertes que no son muertes. Mi abuela acudía a las reuniones familiares, ocupaba su silla hasta que, de repente caigo en que ella ya había muerto.



Bogotá também é uma cidade sem mar, mais é unha arepinha. Unha arepinha louca.







1 comentario:

anattolia dijo...

no sé, nada en especial, solo me sentí identificada...