Como bien sabrán aquellas que han morado fuera del país en el que nacieron, tu casa en el exterior se convierte en un punto clásico de visita por todos tus conocidos e, incluso, los conocidos de tus conocidos.
Las visitas, lejos de incomodarme, por lo general me agradan. Cuando vienen es como ir tu también un poquito de vacaciones.
Pero la convivencia tiene un riesgo grande, muy grande.
Existen varios tipos de visitas:
- Tu familia: Te enerva y te encanta -a partes iguales- tener de repente tu casa llena. Pueden sucederse las habituales disputas familiares pero ya todo el mundo se conoce en la intimidad y la vida sigue su curso.
- Tus amigas: He aquí el mayor riesgo. El peligro de que aquella amiga del alma te resulta insoportable después de cinco días de permanencia en tu casa. SUCEDE. Es extraño, pero es como si el compartir baño, desayuno y un poquito de turismo descubriera partes ocultas de la personalidad del otro (o que ya se te habían olvidado y ahora no soportas). Es tristísimo. Tras unos días de marcha forzada, probablemente terminarás por dejarlas culminar su visita en la máxima independencia posible.
También existen -claro!- aquellas amigas que tras la convivencia amas aún más -si posible- y no quieres que se vayan tan rápido y las acompañas hasta la puerta de embarque para ganar un poquillo más de tiempo con ellas.
- Los conocidos: Estos -salvo casos extremos de conchudez que afortunadamente no me han tocado- suelen ser bastante inocuos. Sí, puede ser que al término de la visita quien antes te caía bien ahora ya no tanto pero, como no existe una relación previa a la que le tengas mucho aprecio, no duele y la vida continúa. Estas visitas también pueden hacer que conocidos se conviertan en amigas.
La semana pasada estuvo de visita alguien a quien quiero muchísimo. Me enervó ella pero, sobretodo, me sentí continuamente atacada. Fue horrible. Me puse tan ansiosa con toda la situación que no pasé ni una noche derecho (MEGA DRAMA!). La primera porque estaba muy exitada por su llegada y las cuatro restantes porque, bueno, no sé, porque cuando algo no está funcionando suelo tener problemas para dormir.
Incluso, como no se había visto en los últimos cuatro años -desde aquel vértigo por falta de visa-, somaticé y me enfermé. A las dos de la mañana de última día de su visita tuve que salir disparada el baño y tal placentera actividad se repitió ingentemente las siguientes 12 horas. Dormí otras 24. Hoy ya pasé la noche derecho y me desperté rozagante y feliz.
Fin.
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