Ayer era el día convenido para la serenata. Menos mal, ya estaba saturada de estudiar esa canción horrible (y de despertar con ella en la cabeza).
Llegué al lugar acordado (un poco más temprano de la hora como me es habitual) y el pobre susodicho no estaba. Llega al poco rato cabizbajo y anuncia "no hay afán, ELLA no va a venir, pero yo le dije todas formas -YO VOY".
Así pasamos los siguientes veinte minutos en la silla de un parque pobremente iluminado (donde, de haber sido, sería la serenata) haciendo charla fútil con el hombre despechado. A mi sólo se me ocurrió contarle los sucesos de otra serenata frustrada para la cual fui contactada en un torpe intento de consuelo -vé! pasa todo el tiempo!!!
Luego, como por no perder su dinero, me pidió que tocara las canciones -ahí, en el parque, en la penumbra- mientras él me contemplaba en silencio apurando un cigarrillo tras otro y los vecinos se asomaban curiosos.
Termino y escucho aplausos. Al final, mi cliente despechado hizo la noche de una viejita que escuchó la serenata desde su ventana y aún pidió "más una canción, por favor!"
Yo, sin osar ver al hombre deprimido a la cara, sólo podía pensar -qué bizarro es esto!
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