Mi padre tiene una serie de extrañas teorías acerca de la vida. Extrañas e incómodas, cuando dicho teorizador es el encargado de tu crianza.

Entre otras, tiene la idea de que "tendrán carro cuando se compren uno". Así, pese a la licencia de conducción y los dos automóviles aparcados frente a casa, soy usuaria del transporte público.

También le tiene manía a los restaurantes. Dice que todo se puede hacer en casa, más rico, más fresco y con menos dinero. Su principal problema es esperar a que le sirven, se enloquece, "me da úlcera durar ahí sentado tres horas" -en sus palabras-. (para que se hagan una idea, mi padre es tres veces más impaciente que yo -que ya es mucho decir-).

La otra es respecto a los viajes y, bueno, esta es la única que tiene cierta lógica. Sostiene que no tiene presentación conocer el resto del mundo cuando no conoces tu propio país. Se mofa de aquellos que se ufanan de sus viajes por Europa y Estados Unidos cuando no conocen Cartagena.

Lógica tiene, pero no hay que llevarla al extremo. Yo votaría por viaje nacional-internacional intercalado porque, hay cosas que tienen su edad y punto. Pero bueno, ese fue el padre que nos tocó, así que, mal que bien, podría decir que conozco bastante bien Colombia y vale, que hay de todo. Mis favoritos: Leticia, el santuario de las lajas, la laguna de Cocha y el Cabo de la Vela. Selva- monumento- rincón romántico- playa.

Este fin de semana, por obligación familiar, conocí uno nuevo. Es el lago de Tota. Hermoso. Un lago de 55km2 a 3000 metros de altura. Andes que te quiero Andes. Rodeado de paisaje de sabana. Un hotelito en piedra y madera. Chimenea en las habitaciones y sillones de vista estratégica para la lectura. Por extrañas circunstancias naturales, el lago tiene una playa de arena blanca, ligera y sin piedra. Una playa en medio de la montaña, curioso.

Lástima lo del matri, nos ocupó toda la tarde del sábado.