hay días en los que me despierto y sé qué, simplemente, aún no puedo comenzar el día. O, más bien, sé que aún no puedo comenzar un día bueno, que, de comenzar uno inmediatamente, comenzaría uno malo. Lo descubrí hace poco, después de muchos años hitlerianos y rutinas inamovibles, que, más vale a veces, usar tiempo en rutinas arreglatorias del día, que empezar a las malas. El agobio agota.

Hoy ha sido así... me despierto con el tercer timbre del celular y, el saber que encontraré un mensajín tuyo en la bandeja de entrada, me motiva a incorporarme. Me motivan los mensajes nuevos, sí, cómo me gustan!. Lo leo (es corto) y me cae una bola pesada encima: yo. Qué haré hoy? lo de siempre. Estudiar violín, ir a ensayo de ballet y, quiza, verse con el pitufo en la noche.

Un día muy lindo, música, danza y risas... entonces, por qué el agobio, por qué el desaosiego?... porque te da el ataque de "no estoy haciendo nada", la culpa, y la bola del estómago?... antes de armar el desastre, vuelve a la cama a dormir, Lucía del Pilar... vuelve a matar tu conciencia. (es una orden!)

Y obedezco, duermo un par de horas más -es acá dónde he de pensar lo afortunada que soy de poder hacerlo- y me despierto dispuesta a la calma (si, han leído bien, calma), a las rutinas pacificadoras del día: lavarse las manos, entrar al baño, lavarse las manos de nuevo, recogerse el pelo, lavarse la cara y las manos, lavarse los dientes, pasar la seda dental, pasar la otra seda dental, lavarse los dientes de nuevo, lavarse las manos, estirar un poco, caminar por ahí, comerse una fruta, lavarse los dientes, lavarse las manos, estirar los brazos y bostezar.

Ayyy mis pequeñas compulsiones, cómo me sirven... cómo limpian mis culpas. Ahora sí,días buenoosss!!!.